domingo, 30 de mayo de 2010

Carta de despedida

Miro desde acá sentada. Eso que te representa. Y desde acá sé que algo me va a provocar.
Es un golpe bajo, bajísimo. Una mezcla de sensaciones te invaden la cabeza y de repente leo algo que... no estoy dispuesta a aceptar.
La degradación misma.
El miedo.
No me dejan en paz.
Lo miro y vuela algo adentro de mi cabeza, pero no lo pienso, sólo lo siento, pero no me interesa mucho, no estoy dispuesta a recordarmelo.
Hasta que la bomba cae. Volás de adentro hacia afuera siendo consumido por chispas calientes y penetrante fuego que te desintegran completamente. En ese trayecto del piso a la eternidad no parecés estar más. El dolor ya no se siente. Deformación. Transformación de la vida cotidiana de otras personas. Al fin y al cabo todo es costumbre, pura costumbre. El olvido gana, y ya ni siquiera sos un recuerdo, ¿verdad? Eso sólo te lo planteás cuando te encontrás volando para no volver nunca más. Nadie te acompaña.
Pero lo único que hacés es pensar en todo lo que dijiste.
Lo que hiciste también.
Y en ese preciso momento pensás que estás en el único lugar que deberías estar.