miércoles, 12 de mayo de 2010

¿TP de lengua? chupá

El mundo de Cristina

A lo lejos se podía ver aquella casa. Era algo vieja, se podían notar los tablones de madera pintados de distintos colores a través del tiempo. Cualquiera podía decir que aquella casa estaba abandonada, rodeada por kilómetros y kilómetros de vacío. Pasto, grandes cantidades de aquella alfombra verde se veían rodeándola, y detalles de color amarillo de tanto en tanto. La casa tenía unos escalones gastados delante de su puerta y unas tres o cuatro ventanas. Detrás de esas ventanas, se veía siempre una jóven muchacha, de cabello color chocolate, cejas tupidas, ojos color celeste y labios carnosos, rojo carmesí. Su cuerpo era enfermizamente delgado y sus movimientos más enfermos aún. Eran pocos, pero enfermos. Su nombre era Cristina. Más allá de ella, se podía observar a una mujer, no vieja, sino maltratada por la tristeza y la soledad. Tenía las mismas facciones que su hija, Cristina, pero más gastadas aún. Su voz era dulce, pero afónica. Todas las semanas le compraba un vestido a la jóven de la ventana. Volvía y con dedicación la vestía, mientras que memorias de su felicidad se consumían a lo lejos.
-Cristina querida- Dijo Isabel, mientras abrochaba los botones de su saco gris – Iré a comprarte un vestido y cosas para la semana… ¿Vendrás conmigo esta vez?
-No- Contestó fríamente, sin quitar sus enormes ojos de la vista que otorgaba la ventana.
-Hace tiempo ya que no sales, tesoro, sabes que puedo ayudarte, ¿segura que no quieres? Puedes quedarte dentro del auto.
Cristina dudó por un minuto, hizo un gesto de negación con su cabeza y respondió:
-No madre, aquí sentada te espero- Y tomó con fuerza su silla de ruedas.
Era tarde ya. Isabel no había vuelto y Cristina estaba preocupada por su madre. Sus ojos se cerraban, pero no lo suficiente como para dejar de ver el cielo negro cubierto de estrellas. El teléfono sonó ruidosamente, sobresaltando a Cristina, quien rápidamente alargó su brazo para atender.
-¿Hola?- Dijo con una voz muy suave, casi ni se la escuchaba.
-Querida mía, no sabes lo que me ha pasado.
-Me estas preocupando, mamá.
-Oh no, no es para preocuparse… se me ha quemado el motor del auto, y el mecánico no vendrá hasta dentro de dos días, así que tendrás que comer la ensalada que quedó en el refrigerador y ¡oh! Si es que puedes, dejé dos vestidos nuevos para ti sobre tu cama, ve a verlos y luego me dices si te gustan, de todas maneras, son realmente bonitos. Sé que no te gusta el color rosa, pero ¡no pude resistirme a comprar aquel vestido rosa crema! tiene un lazo negro a la altura de la cadera, es realmente hermoso. El otro es color azul marino, resaltará tus ojos. Pruébatelos si puedes y come bien, hija. Nos vemos en unas horas.
-Adiós mamá.
Más tranquila, Cristina lentamente colgó el teléfono y sus delgadas manos rodearon la rueda de su silla para moverse hasta su habitación. Al llegar, vio allí aquellos vestidos que su madre había comprado para ella, los apartó sobre su silla y fue apoyando, delicadamente, las distintas partes de su cuerpo sobre la cama, con dedicación, dolor, y frustración, una lágrima recorrió su mejilla, hasta caer finalmente por su mentón, pensó en la mañana siguiente, donde detrás de su ventana, sus ojos brillarían otra vez.
La oscuridad vespertina era aniquilada por la luz de la luna, que penetraba la antigua casa del campo por las ventanas. Cristina dormía serenamente. El silencio que invadía la casa, fue interrumpido. Luces comenzaron a encenderse, y Cristina, pudo percatarse de que no era su madre. Quedó helada por unos minutos, cuando de repente, la luz de su cuarto también estaba encendida. Un muchacho no más jóven que ella, se encontraba frente suyo. Sus ojos marrones la observaron detenidamente. Ella lo observó a el, ya no asustada, sino sorprendida. Sus ropas desprolijas, su pelo negro despeinado. No sabía porqué, pero ya no se sentía invadida. No menos sorprendido que Cristina, el hombre se adelantó a decir:
-No sabía que aquí… viviese alguien. Le pido mis disculpas señorita.
-Está bien- Respondió la muchacha sin quitarle los ojos de encima.
-¿Vive sola aquí? Se la ve tan delgada, ¿Está usted bien?
-Sí.
-Mi nombre es Nehuel… ¿Cómo es su nombre?
-Cristina.
-Que hermoso nombre. Es la primera vez que paso por aquí. Vi esta casa y pensé en pasar la noche aquí, que nadie la habitaba. En la mañana traería mi equipo de pintura y representaría este precioso paisaje. Es usted tan afortunada de vivir tan lejos de la ciudad…
-¿Es pintor?
-Es difícil contestar esa pregunta… No creo tener el talento suficiente como para afirmarlo.
-Oh, no diga eso- Dijo Cristina ya más relajada.
-Es usted muy amable al decir eso ¿Le han dicho alguna vez que… tiene una mirada muy penetrante? Mire, tengo este cuadro en mi mochila, lo terminé hace ya una semana.
-¡Pero que belleza! ¡Me tomaré el atrevimiento de decirle que está usted loco si piensa que no tiene talento!
-Muchas gracias.
-Por nada, dígame- Dijo Cristina entusiasmada, pero dudando a la vez, acomodándose el vestido –Si quiere…Usted…Ya sabe, venir mañana en la mañana a pintar el paisaje…Hágalo.
-¡Oh! Será un placer para mí. Me iré a buscar un lugar para dormir ahora… Cuando despierte iré por mis pinturas y volveré por aquí ¿Le parece?
-Sí.
Nehuel le sonrió a Cristina, apagó las luces, y corriendo salió de la enorme casa.
Un rayo de sol cayó sobre la pálida cara de Cristina. Con un movimiento suave, llevó las manos hacia sus ojos y se los frotó con lentitud. Bostezó. Se estiró felizmente, hasta que sintió un dolor y se contrajo. Se puso a pensar en el episodio de aquella madrugada y se preguntó si había sido un sueño, pero al mirar a su lado, tenía el cuadro que le había dejado su visitante. Por el color del cielo, y la luz que hacía tanto que no iluminaba así su casa, se dio cuenta que ya era de mediodía. Se preguntó si Nehuel ya estaría pintando aquel paisaje, cuando escuchó que la puerta de su casa se abría y se cerraba, y unos pasos cada vez más cercanos llegaban a ella. Una felicidad invadió su interior.
-¡Buenos días Cristina!
-Buen día Nehuel.
-Pensé que el mediodía tendría la luz preciosa. Los colores. Y que sería el horario perfecto, para pintar este paisaje. El verde viviendo sobre el lienzo y mis manos haciéndolo cada vez más real. Algo hermoso. Y pensé que una compañía no me vendría nada mal.
-¿Estás insinuando que yo…?
-Estoy insinuando, muchacha de mar en los ojos, que me acompañes allí afuera, y hablemos.
-Pero yo…
-No aceptaré un “no” por respuesta.
-Yo no puedo ir.
-¿Porqué no? ¿Estás acaso asustada de mí? Yo no quise…
-No, no es eso.
-¿Entonces?
-Realmente no puedo.
-¿Porqué no Cristina? Dime por favor. No entiendo porqué no aceptas acompañarme. Te ves tan sola aquí.
-Me gusta la soledad.
-A nadie le gusta la soledad, Cristina, vamos.
-A gente como yo sí. No soy como los demás. Adoro el momento en el que estoy tendida sobre mi cama. Soy igual a todos los demás. Te haré saber también que me paso el día mirando por mi ventana, y eso también me hace sentir como los demás. Si fueras un poco más observador…
La miró, allí, tendida en la cama, queriendo entender lo que estaba diciendo. Nehuel recorrió la habitación abriendo los ojos. Se notaba que esta vez estaba prestando atención. Se encontró con eso que la hacía diferente a los demás, de donde colgaban los dos vestidos. La miró a Cristina y le sonrió.
-Repito… no aceptaré un “no” por respuesta.
-¿Qué?
-Vendrás conmigo Cristina. Te mostraré lo hermosa que eres.
-Pero yo…
-Mira, vístete, cuando termines, llámame y vendré a ayudarte a que te sientes en la silla y te llevaré luego hasta el lugar donde dejé mis cosas, es aquí, a unos cuantos metros, pero cerca. Cualquier cosa me llamas. ¿Te molestaría si te pido algo?
-¿Qué cosa?
-¿Puedes ponerte el vestido rosa crema?
-Sí.
Nehuel tomó el vestido y lo tendió sobré la cama. Pasó una de sus manos por la pequeña espalda de Cristina, y otra por sus piernas, y la sentó sobre la cama.
-Gracias- Dijo Cristina, levantando levemente las comisura de sus labios.
Cuando se cerró la puerta, comenzó a sacarse el camisón que tenía puesto, y calzó el vestido sobre su cuerpo. Ató la cinta negra que este tenía, se hizo una especie de rodete, se puso sus medias blancas y unas zapatillas grises, gastadas.
-Nehuel.- Exclamó.
Este entró y quedó anonadado al ver a Cristina. Se subió los pantalones con torpeza y se aproximo a ella para ayudarla. La apoyó con ternura en la silla, y juntos fueron hacia fuera. Recorrieron unos cuantos metros hasta alejarse de la vieja casa. El cielo había comenzado a nublarse ya. Estaba grisáceo, y el reflejo en el pasto era anaranjado, casi amarillento. Las montañas a lo lejos, estaban ya cubiertas de nubes.
-Se ha nublado- Dijo Nehuel algo desilusionado –El paisaje que quería pintar está perdido. Si quieres nos quedamos aquí sentados hablando, hay una hermosa brisa, y mañana vengo a pintar el cuadro.
-No puedes venir mañana.
-¿Porqué?
-Mañana llega mi madre. No aceptará que haya dejado entrar un extraño a la casa. Y no hay manera de que nos hayamos conocido de no haber sido así, yo…
-Oh. No podremos seguir viéndonos.
-No.
-Tengo una idea, Cristina. Déjame pintarte.
-¿Sobre esta silla de ruedas?
-No, tiéndete sobre el pasto.
-Pero yo no…
-Creo que estar tanto tiempo allí encerrada le ha quitado la oportunidad a muchas personas de decirte lo preciosa que eres. Ya que no podremos vernos nunca más, déjame pintarte. Por favor.
-Está bien.
Rápidamente Nehuel se acercó y la ayudó a sentarse en el pasto.
-Ahora hazme tú un favor a mi.- Dijo Cristina –Hazme de espaldas, que no se vea mi cara enferma.
El pintor aceptó y comenzó a trabajar. Dibujó rápidamente el paisaje y luego a la muchacha tendida sobre el pasto. Observaba como ella intentaba acomodarse con dolor. Comenzó a pintar. Su paleta confundía verdes, naranjas, amarillos, negros, grises, y a un costado, el rosa crema del vestido que llevaba puesto su modelo.
Luego de unas horas, Nehuel se sentó sobre el pasto con el cuadro en sus manos, y lo enseñó. Dejó su obra a un costado y abrazó a Cristina y le besó la mejilla.
-¿Cómo le pondrías a este cuadro?- Dijo Nehuel mientras se recostaba.
-No lo sé.
-¿Qué ves cuando miras el lienzo?
-Veo todo lo que miro siempre a través de mi ventana. Mi mundo.
-“El Mundo de Cristina”.
-Me gusta.
-A mi también.
La muchacha se recostó en el pasto, junto a su acompañante, y se quedaron así un largo rato.
Profunda la noche, Nehuel guardó sus materiales, y su cuadro. Tomó a Cristina, ya adormecida, en sus brazos, la sentó en su silla, y se dirigió hacia la casa. La acostó sobre su cama, y vio que al costado tenía el cuadro que el le había dado en su primer encuentro.
-Cristina.
-¿Qué pasa? Oh, me has traído hasta aquí.
-Sí. Es hora ya de que vuelva a la ciudad.
-No me olvidaré de ti.
-Ni yo de ti.
-Hazme saber si el cuadro se hace famoso.- Dijo con un tono irónico Cristina.
-Con una modelo tan bella dudo que no lo sea.
Nehuel tomó su mochila, su cuadro y tal y como hizo la primera vez que allí estuvo, sonrió a Cristina, apagó las luces, y corriendo salió de aquella casa.

2 comentarios:

MN'S dijo...

Qué lindo paisaje

sofi dijo...

Me encantó, escribís desaforadamente bien. Me gustó mucho la idea del cuadro. Te felicito.